A Tarifa me la
encontré en el libro de Historia de España de mi primera elemental, seis añines
tenía entonces. El moro Muza y el valiente don Guzmán el bueno tejían ante mí
un lucha a muerte: o cedes la plaza o te lo matamos. Aquello me llegó al alma.
Qué malo el sarraceno, qué bueno el cristiano. Luego resultó que no era tal
aquella historia, sino una muy distinta, con mezcla de los unos y los otros,
castellanos y andaluces, reino de León y de Granada… en fin, una que aprendí
mal, la historia, y así me sigue hiendo.
Ya talludito la
conocí, un día de mucho viento; tanto que abrir los ojos resultaba peligroso
por la arena sobre todo. No me enteré de nada, y quedó en el olvido, allá en la
punta sur de la península.
He vuelto para, más
que recordar, aprender. Y claro que lo he conseguido. En mi favor fue un día
claro y sereno. Por ello pude abrir los ojos, y ver.
Ciudad amurallada,
casas apiñadas, calles estrechas y empinadas. Claro ejemplo de villa
mediterránea, a lomos del Atlántico. África a vista de pájaro y tiro de piedra.
Puerto pesquero y alrededores crecidos a base de cemento. La playa larga,
ancha y adobada por ríos que desaguan mansamente se une a los vientos del
Estrecho, dando pie -mejor dicho alas- para que patinen los amantes del
windsurf.
La historia antigua
está inmortalizada en la piedra de sus murallas y torreones; pero el ladrillo
también tiene su protagonismo, señalando a judíos y moriscos como parte
integrante, y no tanto advenedizos, menos invasores.
La población es un
fundido que remarca la frontera que es Tarifa. Marroquíes andaluces, gaditanos
tingitanos. Y mucho guiri visitante, curiosones que otean desde atalayas, con
mirada sobre el mar para ver allá al fondo, y como eructado por la tierra, el
mastodóntico Rif. Y de noche puntos de luz, pueblitos iluminados, faros en la
niebla, barcos fosforescentes en constante trasiego por las aguas, si serán marinas y
oceánicas, mediterráneas o atlánticas. Sólo una línea imaginaria, imposible
sobre ellas de trazar, delimita unas de otras. Cada quien póngala donde le
plazca, que ya los cartógrafos han hecho sus cálculos y tomado sus medidas.
Han dicho por aquí, y zás, a África desde Europa 15 km. Pero no es real, esa
medida es variable, según tengas oro o peses como el plomo y te hundas.
Y poco más puedo
decir; que la anduve, que callejeé, que miré aquí y acullá, que compré pan y
que comí bien. Dormí a pierna suelta y caminé por su arenal con la mirada sin
fronteras, que allí se puede hacer, lo de mirar; lo demás, tiene su precio.
No vi campos de
cultivo, sí de pasto. Ganado, mucho ganado; vacuno, principalmente. Alguien me
contó que por aquí tiene su ganadería alguien de mucho tronío.
Y las cumbres
sembradas de aerogeneradores, la energía del presente…
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