Nunca estuve cerca de El Rocío, ni física ni mentalmente.
Así que quise aprovechar la oportunidad que me ofrecía que el Guadalquivir
desagua en el Atlántico por San Lúcar de Barrameda para hacer una pequeña gira
por las marismas onubenses.
Muchas tiene Huelva. Además del Guadalquivir, el Tinto y el
Odiel también se acercan al océano abriéndose generosamente por las tierras
ribereñas y creando unos ecosistemas, así se llaman, en los que el agua, la
flora y la fauna marcan una geografía muy especial, que en parte sí y en parte
no está siendo respetada por la máquina de destrozar naturaleza que es la mano
humana. Y no olvido, en absoluto, el otro río capital, el Guadiana, pero eso
está en la raya, Ayamonte, con Portugal.
Y en el centro, o casi, de todo ello está El Rocío. El
santuario, blanco sobre arena, está a medio camino entre Matalascañas y
Almonte. Aquel es un pequeño reducto de pescadores convertido en urbanización
moderna de turismo de playa y pescadito frito; éste un enorme y extendido
caserío, de casas señoriales y calles anchas o estrechas, al más tradicional
estilo de los pueblos andaluces.
Entré en El Rocío y enseguida, en medio del enorme y vacío
aparcamiento, apareció el coleguilla con la papela: un euro. Seco el humedal,
aquello parecía el oeste americano. Arena por aquí, arena por allá. La ermita
de la Virgen abierta de par en par, nada de fotos ni de pelis, limpia como la
patena, y vacía de quien iba buscando. Ninguna explicación.
Junto al templo y por las calles adyacentes a modo de
delegaciones foráneas edificios con rótulos de las cofradías titulares. No las
conté, pero dudo que en la onu existan tantas representaciones…
Sediento por el implacable sol, aún en septiembre, y por la
falta de referencias que encontraba, o por no saber interpretar lo que tan a la
vista estaba, entré a tomar café en una fonda con sabor. Reluciente estaba
dejando la cocina, visible desde el mostrador, una buena mujer que enseguida se
acercó a ver qué tomábamos. Algún comentario me salió, y ella enseguida agarró
el cabo y se explicó. El Rocío no tiene nada que ver con lo de la tele, ni con
los famosos; aquí hay fe, mucha fe.
Y continuó. La Virgen no está aquí, está en Almonte. Cada
siete años vuelve a casa y allá la reciben como se merece. Con alegría y el
pueblo todo engalanado. Aún están los arcos colocados, si va por allí podrá
comprobarlo.
Y eso hice. Ir y ver. Y lo que pude lo fotografié. Ni más,
ni menos.
Almonte. El Traslado de la Virgen
Entra, la puerta está abierta |
La Señora de las Marismas entronizada en su pueblo y permanentemente visitada |
Monumento a las mujeres portando los atributos de la Virgen: las ráfagas, la corona y la media luna |
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