–Buenos días, me hace
el favor, ¿qué edificio es éste?
–¡La catedral!
Avergonzado murmuré
un noséqué y traté de disimular mi turbación. Perdido entre las calles de
Sevilla di de bruces contra el edificio para mí más emblemático de la ciudad
del Guadalquivir. Y es que realmente entré sin saber cómo ni dónde.
La primera vista
general la tuve desde la autopista del Atlántico –Quinto Centenario- que acerca
bordeando las marismas a una urbe toda esparramada a uno y otro lado del río,
desdoblado y debidamente encauzado. Todos los puentes a la vista, y al fondo el
caserío que se pierde en el infinito de la llanura sevillana.
Una vez ya dentro,
las referencias desaparecieron, y eso que La Maestranza me pilló en primera
fila. Aún así me perdí.
La Giralda, que era
mi punto de apoyo, tardó en llegar. Pero cuando la encontré, ya no hubo
extravío; todo fue desde entonces coser y cantar: caminar y observar, mirar y
disfrutar.
Una cola
interminable, era sábado al mediodía, pretendía visitar la Seo, por un precio
nada módico que a mí me fue condonado por eso de pertenecer al gremio clerical.
“Invitado cabildo”, dice la papela. Incluía además el templo de El Salvador, a trescientos metros de distancia.
Los quinientos
escalones convertidos en cómoda rampa me auparon sobre los tejados, dejándome
ver toda la Sevilla que me apetecía e interesaba contemplar.
Luego callejeé hasta
Sierpes para volver junto al río y seguirle la corriente para ver la Plaza de
España y el Parque de María Luisa. Asomarme al Barrio de Santa Cruz por verlo
como judería y dar la vuelta hasta San Telmo y comprobar si aún en él se puede
dormir tras una noche de zambra y sevillanas, con seminaristas del concilio.
No dio para más aquel
viaje relámpago. Sevilla existe, y sigue, aunque transformada, junto a su río
que es casi mar. Y un puente que lo sobrevuela que lejos de gustarme, me
horripiló.
Que me perdonen
Sevilla, las sevillanas y los sevillanos. Aquella frase que se hizo célebre, La
lluvia en Sevilla es una maravilla, debiera ser ahora sustituida por esta otra: Por Sevilla en una bicicleta soy el amo de la pandereta.
Como ya es usual aquí,
ahí van unas cuantas fotos, y que se vean así, a cuerpo limpio.
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