El Almanzor

3 de junio de 2008. Para empezar este blog


Diré que soy castellano de tierra llana, la región de Tierra
de Campos. Cereales y barro. Sol y heladas. Gentes curtidas por el cierzo que reseca las gargantas y ciega los ojos.
Tierras venidas a menos, a casi nada.
Pero Castilla es mucho más. Montañas y bosques, ríos y lagunas, ciudades y aldeas que aún conservan esplendor y belleza de tiempos ancestrales.
Mi propósito es ir añadiendo a esta página sugerencias que se me ocurran con motivo de mis paseos y visitas por esta tierra mía.

jueves, 18 de octubre de 2012

Sevilla en menos de un día




–Buenos días, me hace el favor, ¿qué edificio es éste?
–¡La catedral!
Avergonzado murmuré un noséqué y traté de disimular mi turbación. Perdido entre las calles de Sevilla di de bruces contra el edificio para mí más emblemático de la ciudad del Guadalquivir. Y es que realmente entré sin saber cómo ni dónde.
La primera vista general la tuve desde la autopista del Atlántico –Quinto Centenario- que acerca bordeando las marismas a una urbe toda esparramada a uno y otro lado del río, desdoblado y debidamente encauzado. Todos los puentes a la vista, y al fondo el caserío que se pierde en el infinito de la llanura sevillana.
Una vez ya dentro, las referencias desaparecieron, y eso que La Maestranza me pilló en primera fila. Aún así me perdí.
La Giralda, que era mi punto de apoyo, tardó en llegar. Pero cuando la encontré, ya no hubo extravío; todo fue desde entonces coser y cantar: caminar y observar, mirar y disfrutar.
Una cola interminable, era sábado al mediodía, pretendía visitar la Seo, por un precio nada módico que a mí me fue condonado por eso de pertenecer al gremio clerical. “Invitado cabildo”, dice la papela. Incluía además el templo de El Salvador, a trescientos metros de distancia.
Los quinientos escalones convertidos en cómoda rampa me auparon sobre los tejados, dejándome ver toda la Sevilla que me apetecía e interesaba contemplar.
Luego callejeé hasta Sierpes para volver junto al río y seguirle la corriente para ver la Plaza de España y el Parque de María Luisa. Asomarme al Barrio de Santa Cruz por verlo como judería y dar la vuelta hasta San Telmo y comprobar si aún en él se puede dormir tras una noche de zambra y sevillanas, con seminaristas del concilio.
No dio para más aquel viaje relámpago. Sevilla existe, y sigue, aunque transformada, junto a su río que es casi mar. Y un puente que lo sobrevuela que lejos de gustarme, me horripiló.
Que me perdonen Sevilla, las sevillanas y los sevillanos. Aquella frase que se hizo célebre, La lluvia en Sevilla es una maravilla, debiera ser ahora sustituida por esta otra: Por Sevilla en una bicicleta soy el amo de la pandereta.
Como ya es usual aquí, ahí van unas cuantas fotos, y que se vean así, a cuerpo limpio.











































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