El Almanzor

3 de junio de 2008. Para empezar este blog


Diré que soy castellano de tierra llana, la región de Tierra
de Campos. Cereales y barro. Sol y heladas. Gentes curtidas por el cierzo que reseca las gargantas y ciega los ojos.
Tierras venidas a menos, a casi nada.
Pero Castilla es mucho más. Montañas y bosques, ríos y lagunas, ciudades y aldeas que aún conservan esplendor y belleza de tiempos ancestrales.
Mi propósito es ir añadiendo a esta página sugerencias que se me ocurran con motivo de mis paseos y visitas por esta tierra mía.

lunes, 31 de agosto de 2009

Peñíscola ya no es lo que fue, pero quien tuvo…, retuvo

Castellón es una provincia que no ha estado nunca a tiro de mis desplazamientos por la geografía hispana. De modo que apenas conozco su historia y su realidad actual; pequeños brochazos -más bien pinceladas- de cultura general y comentarios de gente conocida que ha querido pasar sus vacaciones en sus innumerables playas y lugares de veraneo. Más o menos, cero al cociente, y bajo la cifra siguiente. Un pequeño enclave, sin embargo, situado ya dentro del mar, siempre me ha exacerbado la imaginación y ha picado mi curiosidad: Peñíscola. La historia general, primero, y el cine de Berlanga, después, habían dejado en mí una imagen de este pequeño pueblo del litoral levantino que ansiaba corroborar en la primera oportunidad que se me ofreciese. Pues se me ha ofrecido. O me la he ofrecido, mejor dicho.
Camino adelante, desde el sur, se ha de pasar, por Oropesa. Y hay que hacer intención, porque la rápida A-7, a poco que te descuides, te la ningunea sin miramiento alguno. Si del mar que la apellida te quieres enterar, hay que levantar el pie, incluso frenar, para acercarte y mirar.
Un pequeño pueblo residual, al interior, un también pequeño puerto, una playa perfecta en su semiredondez, y grandes edificios de gentes oriundas en plan de vacaciones.
Un torreón, de postal, entre el casco urbano y el acantilado. También cerca el faro, aviso para navegantes. El resto, restaurantes de costa y gentes en plan descanso.
Para entrar en Peñíscola también hay que hacer intención. No lo ponen nada fácil, incluso lo dificultan; nunca había visto una señal de tráfico así: no está en la foto, porque iba al volante, pero se trata de una prohibición de circulación, salvo para los usuarios. Resulta que vas a entrar en una ciudad y te prohíben circular, justo a la salida de una rotonda. Tentado estuve de aparcar allí mismo y continuar caminando, pero tampoco me estaba permitido estacionar allí; de modo que, dada una vuelta en vano a la dicha rotonda, adentréme en la vía prohibida y expúseme a la sanción correspondiente, caso de que la autoridad me diese el alto. No lo hizo ella, sino esta hermosa y tradicional estampa de castillo y península, si la mente es capaz de no fijarse en las sombrillas y hamacas de la playa, en esos momentos bastante atestada de bañistas.
Entras en un lugar de interés turístico. Debidamente explicado, este poste informativo de tres caras, tres, detalla los principales detalles que no se debe perder quien quiera reconocer el lugar donde la historia quedó pegada a una persona y a un personaje que ha inmortalizado a su pesar la tradición y, sobre todo, la mal-dición: Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor (Illueca, Zaragoza, 1328 - Peñíscola, Castellón, 1423), el Papa Luna, (más bien antipapa en una época en que tres Papas pretendían exigir obediencia a la catolicidad: Avignon, Peñíscola y Roma).
Y terminada la información, queda tu mirada debidamente dirigida a la fachada de la iglesia, sobria, imponente, desnuda y señorial. Es el templo de Nuestra Señora de la Ermitana.
Adosada a la Iglesia está el Palacio, y a su vera, en bronce oscuro, el señor de este sitio, el Papa Luna, Benedicto XIII, sentado en su trono sobre la soberbia roca que apoyó el final de su larga vida, (95 años o ¿fueron 96?).
Si te acercas, aún más te impone. El dedo índice levantado, como avisando… ¡qué se yo si miedo, amenaza, advertencia, sabiduría o temeridad!
Mucho más cerca, ya no hay dedo indicador, sino mano amable y rostro humano, muy a pesar del duro y oscuro bronce que lo alberga.
Esta placa nada dice que fechas, aunque se aproxima: 700 aniversario del castillo… ¡Quién sabe cuándo se calzó la primera o la última piedra de esta monumental fortaleza! ¡Ay, si los templarios hablaran!
Mucho más cercanas a nuestro tiempo son estas notas explicativas de lo que dentro del castillo se ofrece el visitante, previo paso por taquilla. Tranquilos, los sesentones pagan menos, y los menores, nada. El resto, 3 € por cabeza.
Qué le importaban a don Pedro estas miserias, si él tenía puesta la mirada en Avignon, al Norte…
Y también en Roma, al Este, allende el mar Mediterráneo… Hacia allá dirigiría, en momentos de pesadumbre y también de nostalgia, (quién sabe si también de ambición o de rencor) el buen Papa Luna, su pensamiento y también su mirada.
Aquí se sentiría protegido, bien defendido de tanta ingratitud y deslealtad. ¿El concilio por encima del Papa? ¡Jamás!
¡Si hasta el mismo mar parecía querer aislarlo de tanta mezquindad y ofuscación! Enemigos no le faltaron, por eso tanto se protegió.
Justo en la misma muralla arranca esta calle blanca de escaleras en la roca. Poco espacio tenían quienes junto al monarca eclesial aquí aguardaban se esclarecieran los derechos y poderes solicitados, contra viento y marea de la historia.
Sólidos murallones soportaban, impávidos, el golpear furioso de los envites de la mar. Igualmente soportaron otros golpes, también embajadas y nuncios y diplomáticos, y hasta monjes delicados emisarios de grandes señores.
Faro tenía que haber. Faro para el Occidente cristiano. Faro para navegantes de las noches mediterráneas que buscaran buen puerto al que arribar. ¿Conseguirían encontrarlo? ¿Fue, en algún momento, Peñíscola puerto seguro y amigo?
Con ancestros fenicios, no podían faltar comerciantes de esto y de aquello, de lo necesario y también de lo superfluo.
Quien vende algo, siempre encontrará comprador. Sólo hace falta paciencia. Aquí se tiene, yo lo noté.
Tan torturado por los malos vientos de la historia tuvo que ser el buen hombre, el antipapa, como lo ha sido este tronco retorcido de pino levantino, erguido y altivo no se sabe muy bien en qué tierra alimentado y cobijado.
Las angostas callejuelas se humanizan con el verde de las plantas… ¿Las recorrería de mañana al rezo de maitines, o al atardecer rezando completas? Tercia seguro que no, que entonces el sol está en lo más alto y arrecia fuerte y abrasa.
Balcones y terrazas se asoman a la calle, y también se adelantan unas a otras, en una aproximación vertiginosa, vecindad que se presume amistosa, haciendo nombre a esta cultura milenaria, la mediterránea.
Con estas calles tan particulares, en cuesta hacia arriba o hacia abajo, nada extraña que el negocio del cuidado de los pies llegue a ser hasta lucrativo. Quien tenga callos o durezas, se duela de tobillos o uñas rotas por las peñas, aquí puede encontrar alivio y salud: un podólogo en la historia, cita previa y página web.
Saliendo por la parte contraria, junto al pequeño puerto pesquero, de nuevo se nos avisa de cuantas cosas hemos visitado en este histórico lugar. Y sirve, al tiempo de resumen y también de recopilación: si no has encontrado lo que buscabas, da marcha atrás y encuéntralo, por ahí está.
No podía falta el escudo, con ancla por montera, y fuente, que aquí nunca faltó el agua, que brota de la misma peña, y fue salvación para quienes aquí se defendieron en todo momento y ocasión de ataques de piratas, que haberlos ¡vaya si los hubo!
Ya fuera del amurallado recinto encuentran aparcamiento los modernos automóviles. No estaba pensada esta ciudad para ellos, pero, y no sé cómo lo hacen, consiguen llegar hasta las mismas barbas de la estatua broncínea del Papa.
Casi al final, vuelvo a encontrarme con algo que me avisa que sólo se permite a residentes (los usuarios del principio) el acceso rodado. ¿Será que el puerto es materia reservada? Será, será…
La última imagen de Peñíscola gana en prestancia. Llámese como se llame por aquí, de pronto, tras una fortísima subida de la temperatura, un viento casi huracanado deshabitó la playa de sombrillas y bañistas y permitió esta imagen, mucho más acorde con mis sueños de pequeñez. Claro que el amurallado edificio casi está ocultado por casas enjalbegadas, que con todo descaro le quitan la primacía y le recuerdan que sí, que las piedras tuvieron, y que tal vez sigan reteniendo, pero que ahora son otros tiempos y hay que renovarse. Una lección muy bien aprendida y mejor aplicada. Sólo hay que darse una vuelta por Peñíscola y se podrá comprobar cómo toda su costa está amurallada, no de almenas y torres defensivas, sino de bloques residenciales que ofrecen una mejor economía que las huertas y naranjales, los marjales y marismas, los perdidos entre rocas y baldíos; aunque nunca se lleve a saber si el que gana es el labriego, el pescador o el avispado de turno.

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